martes, 25 de mayo de 2010

EL JUICIO DE MARY KELLY



Un juicio plagado de irregularidades


En aquel otoño sangriento de 1888, el juez Wynne E. Baxter tuvo más trabajo de lo habitual. En su distrito -Whitechapel- se estaban cometiendo unos crueles asesinatos a mujeres indefensas, sin que la policía fuera capaz, no ya de capturar al culpable, sino que ni siquiera conseguía hacerse con la más insignificante huella, que les llevara hasta él.


El juez Baxter, al igual que el doctor George Phillips, que se encargó de casi todas las autopsias, hacía bien su trabajo. El doctor presentaba en cada una de las audiencias una descripción tan minuciosa de cuanto él era capaz de descubrir en el cadáver de las víctimas, que facilitaba el trabajo de mister Wynne Baxter, por mucho que, a la hora de la verdad, de poco sirviera tan minuciosa descripción del doctor, y tanta profesionalidad por parte del juez.


El 26 de septiembre se celebró el juicio para determinar la causa de la muerte de Annie Chapman. George Phillips fue llamado a testificar, y fue tan claro y contundente como tenía por norma, afirmando: "Todo fue obra de un experto que tenía suficientes conocimientos anatómicos o patológicos para poder sacar los órganos pélvicos con un solo corte de cuchillo... semejantes mutilaciones, hechas con cuidado y profesionalidad, yo no habría tardado en hacerlas menos de una hora". 


Tras oír al doctor, la sentencia de mister Baxter no podía ser otra: "las heridas fueron realizadas por alguien que tenía considerable destreza y conocimientos anatómicos. No hubo ningún corte inútil...Debió de ser alguien acostumbrado a las salas de autopsías..."


Tal era la forma de trabajar del celoso juez, al cual le correspondía igualmente dirigir el último y fundamental de los juicio, el que debía celebrarse para analizar lo ocurrido en casa de Mary Jane Kelly.

¿Molestaba a alguien tanta escrupulosidad como mostraba mister Wynne Baxter a la hora de hacer su trabajo? ¿Habría que evitar su intervención en el caso de Mary Jane Kelly?


Sólo hay algo seguro, el cuerpo de la difunta no fue llevado al depósito de cadáveres de Whitechapel, como debería haberse procedido, sino al de Shoredich por lo que tal juicio se celebró el lunes 12 de noviembre en el ayuntamiento de dicho distrito, presidido por un juez distinto al que, por lógica, le hubiera correspondido, el mismo que dio muestras de independencia y sinceridad en los casos anteriores.

Los miembros del jurado protestaron porque no entendían qué hacían ellos allí, obligados a abandonar sus cotidianas obligaciones, para intervenir en un caso ocurrido en otro distrito. Mr. Macdonald, el juez, les trató con displicencia, afirmando que pertenecía a aquel distrito, porque allí es donde yacía el cadáver. Efectívamente, así era, pero ¿por qué? ¿qué motivo hubo para llevarle a un distrito diferente? El pueblo llano no suele hacer tales preguntas, por lo que sin dar mas explicaciónes, empezó una audiencia que duró una sola mañana, durante la cual los miembros del jurado fueron paseados por media ciudad: del ayuntamiento al depósito de cadáveres, a ver un cuerpo destrozado, que curiosamente no se dejó ver ni reconocer a los familiares de la "supuesta víctima". Desde allí se les condujo  a la casa de Mary Kelly y de nuevo al ayuntamiento de Shoredich, donde tendrían que escuchar un buen número de testimonios.


Intervino en primer lugar el ex novio de Mary, cuyo testimonio duró más de media hora, sin aportar nada de importancia. Después fueron desfilando diversas vecinas, que comentaron infinidad de detalles de las últimas horas de la joven.


Elizabeth Prater aseguraba haber oído un fuerte grito un: ¡Asesino!, hacia las 4 de la madrugada, proveniente del apartamento de Mary, grito que todos interpretaron que fue pronunciado por la víctima al ser atacada, pues en el acto la voz se apagó, y reinó un profundo silencio.


Eso no coincidía con lo aportado por Caroline Maxwell, que aseguraba haber estado charlando con la propia Mary Jane Kelly un par de horas antes de que apareciera el cadáver, y haberla visto alejarse del barrio, acompañada de un caballero.  Pero el juez tenía demasiada prisa, para detenerse en analizar las incongruencias.


Julia Venturney comentó que últimamente había reaparecido en la vida de Mary un antiguo novio, un tal Joseph Fleming, el cual había llegado a darle una buena paliza. Nadie se preocupó de indagar.


Mary Ann Cox explicó cómo la vio llegar a casa, borracha perdida, alrededor de las 12 de la noche, acompañada de un tipejo, más embriagado aún que ella, al que describió con todo lujo de detalles, pero al que tampoco nadie se molestó en buscar.


Sarah Lewis, contó cuanto vio desde la ventana de la casa de enfrente, donde pasó la noche sentada en una silla, puesto que su prima, a la que había ido a visitar, no tenía una cama libre para ofrecerle.



Hubo tiempo para todos, menos para el doctor Phillips. Él que tan prolijas descripciones hizo en otras ocasiones similares, fue advertido previamente por el juez Macdonald de que se limitara a decir lo imprescindible.


"Con semejante advertencia, el doctor sólo se atrevió a decir: "Señoría, la muerte se produjo como consecuencia de haber sido seccionada la arteria carótida." Dío un testimonio tan breve, tan diferente al que diera en el caso de Annie Chapmann, que rozó con el ridículo, y exasperó a todos aquéllos que esperaban ansiosos una aclaración minuciosa de lo ocurrido.


Los miembros del jurado llevaban horas de escuchar testimonios, y de ser traídos y llevados de un sitio a otro, sin entender por qué no se había interrumpido tan maratónica sesión, dejando el resto para otro momento. Estaban hambrientos, cansados, con sus negocios y asuntos personales abandonados. No tardaron en tomar una decisión unánime.


"Señoría, tenemos el veredicto –dijo el portavoz de todos ellos-. Hemos oído suficiente para dictar veredicto de culpabilidad por asesinato voluntario contra persona o personas desconocidas".


Ante la indignación de muchos de los allí presentes, y de cuantos supieron lo ocurrido a través de la prensa, aquella comedia disfrazada de juicio, llegó a su fin.



Al día siguiente, todos los periódicos eran un clamor de indignación por lo ocurrido. El Daily Telegraph se exasperaba, ante un juicio que se había cerrado, incluso antes de que los propios familiares de la presunta víctima hubieran siquiera reconocido el cadáver. El redactor de tal artículo llegó a amenazar con solicitar al Tribunal Supremo una nueva investigación, ya que la anterior, no sólo resultaba manifiestamente escasa, sino que estaba plagada de irregularidades.




lunes, 24 de mayo de 2010

SCOTLAND YARD Y JACK EL DESTRIPADOR


SCOTLAND YARD OPORTUNAMENTE MANIATADO Y DESCABEZADO 


Cuando, en el otoño de 1888, la ciudad de Londres viera cómo un brutal y sanguinario perturbado mental atacaba a indefensas mujeres, la policía metropolitana, y sobre todo Scotland Yard, no pasaba por sus mejores momentos.



Londres se estaba convirtiendo en una gran urbe, no era sólo la capital del inmenso imperio británico, sino que era también la capital de un país que vivía una gran transformación, motivada por el paso de una sociedad rural a una sociedad industrializada. Por todo ello, la ciudad estaba sufriendo una profunda crisis que generaba desconcierto y violencia.


De ahí que sir Henry Matthews, ministro del Interior, creyerá que la solución a los problemas que Londres padecía sólo podría resolverlos un austero militar y, con tan loable intención, hiciera venir de África a uno de los más prestigiosos generales del ejército británico, sir Charles Warren.


Aquel nombramiento estaba resultando un desastre. La formación militar de sir Charles le había imprimido una mentalidad dictatorial que, lejos de granjearle la estima de los verdaderos profesionales, entre los que se encontraba mister James Monro, su adjunto y jefe al mismo tiempo de Scotland Yard, sólo le sirvió para ganarse la falta de aceptación de sus hombres. Con tales condicionamientos, la descoordinación entre ambos cuerpos policiales era ahora mayor que nunca; entre todos cundía el desaliento y la apatía, y esto repercutía en el trabajo policial, provocando una absoluta ineficacia. Tal desaliento estaba empezando a contagiar a los propios ciudadanos, los cuales se encontraban cada día menos seguros, ya no sólo en las calles, sino incluso dentro de sus viviendas.



Por si tal situación no fuera suficientemente incómoda, el mismo día que apareció estrangulada, degollada y con el vientre brutalmente mutilado, la que todos consideran primera víctima del Destripador de Whitechapel, James Monro presentaba su dimisión, al no poder soportar por más tiempo al ingerencias en su labor policial que estaba sufriendo por parte de sir Charles Warren.



Esto no habría sido transcendente, si de inmediato se hubiera nombrado, para ocupar el cargo que él dejaba vacante, a una persona competente, pero el elegido para sustituirle no fue otro que mister Robert Anderson, el cual se encontraba gravemente enfermo, y estaba a punto de salir para Suiza, a seguir un tratamiento que le alejaría del país por unos meses.



Se hizo el nombramiento y la toma del cargo, e inmediatamente mister Anderson pidió la baja laboral. De esta forma, justo cuando más lo necesitaban, Scotland Yard no podía exigir un jefe nuevo, puesto que ya tenían uno, aunque de baja laboral.

¿Fue todo pura casualidad, o respondía a un plan calculado con frialdad, cuyo fin único era maniatar a los únicos que podían descubrir al verdadero culpable de los crímenes de Whitechapel?

Si mister Monro presentó su dimisión justo el mismo día en que apareció el cuerpo de la primera víctima, dejando a Scotland Yard descabezado, y todo el poder policial en manos de sir Charles Warren, éste hizo otro tanto -presentar su propia dimisión- precisamente el día que aparecía el último cadáver, el más destrozado y mutilado de todos, quedando de esta manera descabezada no sólo Scotland Yard, sino toda la policía metropolitana de Londres.



Ni un mes había transcurrido cuando, el lunes 3 de diciembre, se nombraba al sustituto de sir Charles, y curiosamente el elegido fue mister James Monro, ahora que todo había terminado, pero el asesino de prostitutas seguía sin aparecer.



Año y medio aguantó mister Monro en su cargo. En Junio de 1890, el ministro del Interior recibía la visita del jefe de la policía metropolitana. Nuevamente le presentaba su dimisión, aunque esta vez de manera definitiva. ¿Motivos de conciencia? Tal vez. Lo único cierto es que el matrimonio Monro partió hacia la India, en el verano de 1890, donde fundó la Misión Médica de Ranaghat.

viernes, 12 de marzo de 2010

LAS VÍCTIMAS DEL DESTRIPADOR




Lo que todas ellas tenían en común




Los estudiosos del caso no se ponen de acuerdo sobre el número exacto de las víctimas de Jack el Destripador. Lo cierto es que el número es lo de menos, lo que realmente debería importarnos son las muchas coincidencias que hay entre ellas.

Salvo la última, todas eran mujeres con los cuarenta años ya bien cumplidos, prostitutas alcoholizadas, de las muchas que poblaban el humilde barrio de Whitechapel.


La única joven, la única que estaba embarazada, la única que apareció muerta en el interior de una vivienda, fue precisamente la última. Tras este caso tan diferente, los asesinatos concluyeron ¿Por qué? ¿Sería acaso que éste era el que justificaba todos los anteriores?
Aunque  antes de que apareciera muerta Mary Ann Nichols, su primera víctima, hubo un par de asesinatos de características muy similares, parece estar claro que fueron obra de delincuentes comunes que, a lo sumo, inspiraron al famoso Jack.

¿Quién hay tras este evidente pseudónimo? El doctor George B. Phillips, que llevó a cabo la mayor parte de las autopsias, al declarar en el juicio que siguío al asesinato de Annie Chapman, aseguró: "fue obra de un experto, al menos de alguien que tenía suficientes conocimientos de exámenes anatómicos o patológicos para poder sacar los órganos pélvicos con un solo corte de cuchillo."


Esto, unido al extraño comportamiento del jefe de la policía metropolitana de Londres, sir Charles Warren, que se ocupaba unas veces de borrar pruebas, otras de ir personalmente al depósito de cadáveres, para ordenar que lavaran el cuerpo antes de que llegara el doctor Phillips para hacer la autopsia, hizo que se dirigieran las miradas de muchos hacia sir William Gull, el médico de la reina Victoria, a pesar de que se tratara de un hombre de 72 años, convaleciente aún de un ataque de aplopejía.


Cada víctima aparecía más brutalmente agredida, comportamiento natural en un psicópata que, con cada actuación parecía hacerse más sanguinario, pero también podemos pensar en una estratagema bien planeada, cuyo fin no era otro que  preparar a la sociedad londinense para que cuando, en casa de Mary Jane Kelly, apareciera una mujer con el rostro y el cuerpo totalmente desfigurado, a nadie le sorprendiera demasiado, ya sabían ellos que un desalmado se estaba cebando en la capa más desfavorecida de la ciudad.


¿Fueron Mary Ann Nichols, Annie Chapman y Catherine Eddowes víctimas de un psicópata, o parte de un siniestro plan, friamente trazado en un lujoso despacho? ¿Sabían algo comprometido para algún alto personaje, y se habían atrevido a chantajearle? Es posible, pero muy improbable.


¿Era Mary Jane Kelly la mujer que apareció muerta en su vivienda el 9 de noviembre, o simplemente había prestado su casa para que allí se cometiera el último asesinato? Es difícil creer que fuera ella la joven que acababa de aparecer descuartizada, cuando poco antes estuvo charlando con una vecina. Más razonable parece pensar que fuera cómplice de todo lo ocurrido.


¿Se fue de la lengua Mary Kelly, en alguna de sus frecuentes borracheras, y le hizo peligrosas confidencias a sus amigas? Tal vez, pero no es descartable que aquellas mujeres fueran elegidas al azar, sin más motivo que el de utilizarlas como cortina de humo, necesaria para desviar la atención, para crear confusión y para que a nadie le sorprendiera demasiado que el 9 de noviembre, precisamente cuando el Principe de Gales celebraba su fiesta de cumpleaños lejos de Londres, una mujer joven y embarazada apareciera con el rostro  y el cuerpo totalmente destrozado, en una humilde vivienda de Whitechapel.

jueves, 4 de marzo de 2010

LOS CÓMPLICES DE JACK EL DESTRIPADOR



¿Fue sir William Gull el Destripador, o sólo su cómplice?



El 8 de septiembre de 1888, cuando el reloj de la iglesia más cercana marcaba las 6 de la mañana, John Davis, un humilde carretero que vivía en el 29 de la calle Hanbury, abandonó su casa, para dirigirse a su trabajo. No se fue directamente, sino que entró un momento al patio común de edificio, y allí se encontró con un espectáculo dantesco. Una mujer yacía estrangulada y degollada. Sus faldas alzadas mostraban su vientre desgarrado, del cual habían extraído útero, ovarios, vejiga, intestinos... para esparcirlos alocadamente en torno a la víctima.


No contento con tales destrozos, el asesino se entretuvo en arrancar los anillos de sus dedos, rebuscar en sus bolsillos, sacando todo lo que en ellos había, para acabar esparciendo igualmente todo por el suelo.


Mr. Davis salió inmediatamente a pedir ayuda, y pronto el lugar se convirtió en un hervidero de curiosos y agentes del orden.


Uno de los primeros en acudir fue Mr. Cadosh, que vivía en el 27 de dicha calle, cuyo patio compartía un muro con aquél en el que acababa de aparecer la mujer asesinada. Aseguraba haberse levantado pasadas las cinco, y haber estado en el patio de su casa alrededor de las cinco y media, sin haber escuchado absolutamente nada, salvo un pequeño grito de mujer, un simple "NO", al que siguió un golpe, dado sobre la valla que ambos patios compartían. Nada que llamara excesivamente su atención.

Más tarde apareció otra testigo. Se trataba de Elizabeth Long, quien regentaba un puesto de frutas y verduras en el cercano mercado de Spitalfields, la cual, como cada día, había salido de casa alrededor de las cinco y media. Al pasar junto a la puerta del 29 de Hanbury, se cruzó con una pareja, ambos desconocidos para ella. El caballero le estaba preguntando a la mujer que lo acompañaba: "¿Lo harás?".A lo que la mujer respondió afirmativamente.

En media hora, el tristemente famoso Destripador había degollado a Annie Chapman, que así se llamaba la víctima, cometiendo todo tipo de tropelías con su cuerpo. Más aún, tuvo incluso tiempo de escapar sin dejar huella alguna, ni siquiera una pisada ensangrentada que hubiera podido dar a los policías la menor pista de la envergadura física del culpable.

El 10 de septiembre se celebró el juicio, para esclarecer lo ocurrido. Ante el juez WHynne Baxter, el doctor Phillips, quien llevó a cabo la autopsia afirmó:


"Obviamente fue obra de un experto o, al menos de alguien que tenía suficientes conocimientos de exámenes anatómicos o patológicos para poder sacar los órganos pélvicos con un solo corte de cuchillo...   Semejantes mutilaciones, hechas con cuidado y profesionalidad, yo no habría tardado en hacerlas menos de una hora..."


¿Pudo hacer todo ello un solo hombre, en un oscuro patio, en menos de media hora?


Las sospechas de todos recayeron sobre un experto cirujano, pero no sólo podría tratarse de un gran profesional, tenía que ser alguien bien acompañado, y bien protegido. De lo contrario, ¿cómo se explicaría que el jefe de la policía metropolitana acudiera inmediatamente al depósito de cadáveres, a ordenar que lavaran el cuerpo de la víctima antes de que el doctor Phillips llegara, y procediera a hacer la autopsia?

¿Quién sino sir William Gull unía la condición de magnífico profesional, y hombre de confianza de la reina Victoria y de su hijo, el Príncipe de Gales

martes, 23 de febrero de 2010

AL SERVICIO INCONDICIONAL DE LA CORONA


¿Fue el jefe de la policía metropolitana cómplice del Destripador?



El 31 de agosto de 1888 se cometió el primer asesinato. Aquella misma tarde, sir Charles Warren, general del ejército británico y jefe de la policía metropolitana de Londres, forzó la dimisión de James Monro, su adjunto y, a la vez, jefe de Scotland Yard, para poner en su lugar a Robert Anderson, el cual estaba a punto de partir para Suiza, cosa que hizo a los ocho días de su nombramiento. Por lo tanto, coincidiendo con los sangrientos ataques del Destripador, Scotland Yard se encontraba totalmente descabezada.


Mary Ann Nichols, que así se llamaba la víctima, yacía en una de las aceras de la calle Buck`s Row con el cuello y el vientre rajado, sobre un pequeño charco de sangre. El jefe de la policía ordenó a un vecino que arrojara un.balde de agua, por lo que la poca sangre que allí había desapareció antes de que llegara, tanto el inspector Abberline, representante de Scotland Yard, como la prensa.


¿Quería sir Charles, al dar tal orden, impedir que ninguno de todos ellos pudiera pensar que el asesinato se había cometido en otro lugar, y que el cadáver había sido trasladado en un carruaje? ¿Pretendía con ello que las sospechas recayeran sobre algún hombre humilde, el cual  atacaba compulsivamente a una prostituta elegida al azar, evitando así que a nadie se le ocurriera pensar en un caballero, que actuaba dentro de un coche, ayudado al menos por su cochero.

El 8 de septiembre, dentro del patio de una vivienda, al que se accedía fácilmente desde la calle, encontraron a la segunda víctima, Anne Chapman. Alrededor de su cuerpo había algunos objetos, y junto a su cabeza un trozo de un sobre, con el sello del Regimiento de Sussex. Todos estos objetos los retiró inmediatamente el jefe de la policía, el cual, casualmente, era general del ejército. Más tarde, se pasó por el depósito de cadáveres, para ordenar que lavaran el cuerpo, antes de que llegara el médico forense para realizar la autopsia,

En la madrugada del 30 de septiembre, aparecieron dos mujeres brutalmente asesinadas, y una extraña pintada hecha con tiza en una pared, insinuando que todo era obra de un judío.


A pesar de que el inspector James McWilliam había dado orden de avisar a un fotógrafo, el cual ya estaba de camino, quien debería inmortalizar aquel texto, con el fin de que los grafólogos pudieran estudiar los rasgos del escrito, y sacar conclusiones sobre quién podría ser su autor, el propio jefe de la policía metropolitana borró la comprometida pintada con sus propias manos.

¿Encubría sir Charles Warren a un insignificante ciudadano, o cooperaba en una importante misión al servicio de la Corona?


El 9 de noviembre, hallaron la última víctima dentro de la vivienda de Mary Jane Kelly. Se trataba de una mujer joven y embarazada, cuyo rostro estaba totalmente desfigurado ¿Era Mary Kelly, una insignificante prostituta, la que allí yacía? Oficialmente sí, sin embargo, una vecina aseguró haber estado charlando con ella  un par de horas antes de que se descubriera el despedazado cadáver, y vio cómo la joven abandonaba el lugar, acompañada de un caballero ¿A quién asesinaron la noche anterior dentro de la casa de Mary?

EL MISTERIO DE LA LLAVE DESAPARECIDA



¿Fue Mary Jane Kelly víctima o cómplice del Destripador? 


El 9 de noviembre, a John M`Carthy, propietario de varias casas del humilde barrio de Whitechapel, las cuales había subdividido en pequeños habitáculos que alquilaba por cuatro chelines semanales, se le agotó la paciencia, y envió a su ayudante Thomas Bowyer a cobrar deudas. Mary Jane Kelly fue la primera en ser visitada, los treinta y seis chelines que la joven prostituta debía a su casero tuvieron la culpa de que Bowyer estuviera llamando a aquella puerta a las once menos cuarto de la mañana.

Como nadie le contestó, se dirigió a la única ventana que el miserable cuartucho tenía, metió la mano por el cristal que llevaba meses roto, y retiró el viejo abrigo que hacía las veces de cortina. Lo primero que apareció ante sus ojos fue la mesa que estaba junto a la ventana, sobre ella podía verse una nariz, unos pechos y gran número de trozos de carne humana. Todo indicaba que el despreciable individuo al que se atribuían diversos y macabros asesinatos había estado allí la pasada noche, descargando su sed de sangre en el cuerpo de la joven muchacha, a la que él pretendía reclamar la deuda pendiente.

Siguió observando, y pronto descubrió que en la cama, sobre un gran charco de sangre, yacía la nueva víctima del temible Jack. Su rostro estaba totalmente despedazado y de su rasgado vientre habían extraído las entrañas, para esparcirlas de forma alocada por toda la habitación. Tan atroz espectáculo se completaba con el nauseabundo olor que de allí salía, a través de aquel vidrio roto.

Aterrorizado por tan dantesco espectáculo, corrió en busca de su jefe, el cual acudió de inmediato, para comprobar que su empleado no había sido víctima de una terrible alucinación. Era evidente que el siguiente paso tendría que ser avisar a la policía. M`Carthy pidió a Bowyer que se acercara a la comisaría de la calle Commercial, e informara de lo acaecido. Hasta que los agentes del orden se personaran en el lugar, él montaría guardia junto a la puerta del apartamento, donde yacía su desafortunada inquilina.


                                                                              
                   
No tardó en llegar el inspector Beck, quien -una vez comprobada la veracidad de lo testimoniado por Thomas Bowyer- procedió a avisar al superintendente Arnold, al inspector Abberline, al doctor Phillips y a sir Charles Warren, jefe de la policía metropolitana.


Mientras éstos acudían. el vecindario empezaba a concentrarse en torno a la puerta de la popular y estimada por todos Mary Jane Kelly. El nerviosismo y la tristeza eran generalizados, pero algunos tenían algo más que inquietud y dolor. Tenían, o al menos  ellos creían tener, interesantes detalles que aportar a la investigación.


Elizabeth Prater, la joven prostituta que vivía justamente sobre el apartamento de Mary, comentó a todos los allí presentes cómo ella, hacia las cuatro de la madrugada, se había despertado, por culpa de n fuerte grito que alguien -¿quién sino la propia víctima?- lanzó desde la vivienda de su vecina. Como al grito le sucedió un profundo silencio, no le dio demasiada importancia, por lo que pronto se volvió a quedar dormida. Ahora se lamentaba de su egoísta y apática reacción, que le impidió auxiliar a la desdichada mujer que allí yacía despedazada. Tales lamentos llegaban tarde, el miserable Jack había vuelto a actuar y, como siempre, se había escapado inmune y victorioso.
 
Por el contrario, Caroline Maxwell aseguraba haber estado charlando con Mary Kelly mucho después de esa hora, hacia las ocho treinta de la mañana. Caroline le comentó que se la veía con cara de cansancio, a lo que la joven respondió, disculpándose por su mal aspecto, que había pasado mala noche. Por supuesto que su aspecto no era bueno, pero al menos estaba viva, repetía una y otra vez Caroline a todos los presentes. Además, añadía con idéntica insistencia, algo más tarde volvió a verla hablando con un caballero, con el que se alejó del lugar.


Ante tanta incertidumbre, el vecindario entero pedía a los policías que abrieran de una vez aquella puerta, y empezaran a actuar. Era urgente salir de dudas, saber quién era la víctima y qué barbaridades habían cometido con su cuerpo. Para sorpresa de todos, el superintendente Arnold les respondió que era imposible abrirla, porque estaba cerrada con llave.

¿Cerrada con llave? ¿Cómo? Hartos estaban todos ellos de ver a Mary Jane, a su novio Joseph Barnett, o a su amiga María Harvey abrir, metiendo el brazo por el cristal roto de la ventana, y alargando el brazo hasta alcanzar el pestillo de la cerradura. La llave se perdió hacía meses, y ellos no tenían un mal penique para hacerse con una nueva. Tampoco había allí nada que robar, por lo que no le dieron importancia a la incómoda situación. Ahora, para sorpresa de todos, era imposible abrir la puerta, porque estaba cerrada con llave.

¿Quién podría creerse que hubiera aparecido precisamente ahora? ¿Quién tuvo la llave en su poder durante tanto tiempo?  ¿El propio Jack llevaba meses con la llave de aquella casa en su bolsillo? ¿Quién se la dio? ¿Con qué finalidad se la dieron?


Cuando el superintendente Arnold llegó, todo lo que se le ocurrió fue pedir que arrancaran el marco de la ventana, para observar mejor el interior de la vivienda, y poder así sacar algunas fotos.

Las fotos se sacaron ¿Y ahora qué? A seguir esperando a que llegara sir Charles Warren quien, por cierto, nunca se presentó en aquel lugar, puesto que acababa de dimitir